domingo, 7 de noviembre de 2010

Uno es dueño de sus pensamientos y esclavo de sus palabras



Desde chiquita que "hablo hasta por los codos". El ¡cuánto hablás! era un comentario constante en mi vida. Esa cualidad me ayudó en la escuela a tener muchos amigos, a conocer más gente, a participar en las obras escolares ("Total ella se anima").
También generaba en mi padres miedo, ya que cualquier desconocido podía ser el blanco de mi incesante verborragia; más de una vez me valió un castigo (todavía recuerdo aquél verano encerrada en mi habitación mientras mis primos iban al zoológico), pero también me permitió aprender a ser más directa y expresar lo que siento.

A medida que vas creciendo, el hablar mucho se va tornando peligroso. Te metés en problemas, sos más susceptible de herir a los demás, generar conflictos. Si hay algo que aprendí, es que a la mayoría de las personas no les gusta la persona habladora. La suelen tildar de molesta, de pesada o de querer llamar la atención.

Sin embargo, otra cosa que me fueron enseñando los años, es que no toda persona que habla mucho es molesta, ni pesada, lo hace sólo por querer llamar la atención (digo sólo porque la persona extrovertida busca sin dudas "estar"); sino que también están aquellos que hablan mucho porque tienen algo qué decir, algo para transmitir.
Si uno logra dejar los juicios de lado, los estereotipos y escucha, se puede dar cuenta que en la verborragia puede haber conocimiento, claridad, la palabra justa o simplementes cascadas de verdades que siempre es bueno recordar.

A veces, cuando ando de buenas, me gusta recordar que siempre hay un roto para un descosido; que así como estamos los que hablamos, están los que escuchan. Y así como están los que hablan por hablar, están los que asienten condescendientemente.

Ya no me siento al lado de un desconocido en el colectivo y le pregunto cuántos hijos tiene, ya no hablo para ser incluida (bueno, casi nunca, para ser sincera) y, lo que es más importante, cada vez escucho menos el ¡cuánto hablás! y escucho más seguido el "necesitaba escucharte".

Lástima que por más introspección que una haga y experiencia que vaya adquiriendo, siempre hay momentos en los que recordás que el pez por la boca muere.

1 comentario:

  1. que interesante lo que decís
    yo no soy de las que hablan mucho, me gusta escuchar a la gente y no soy muy sociable...
    De verdad le hablabas a un desconocido en el colectivo?me mueroo :)

    lindo tu blog
    besito.

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